domingo, 23 de septiembre de 2012

ARTÍCULO DEL COLEGA DOCENTE DR. CÉSAR BRAVO BERMEO


La Universidad de Guayaquil y Mi Caballito 

   No  pretendo hacer un análisis histórico-político de lo ocurrido con la Universidad de Guayaquil (UG) en los pasados 40 años, es mi intención quedarme únicamente en lo descriptivo ayudado por esa pequeña estructura cerebral que todos los seres humanos poseemos llamado hipocampo,  al que lo reconozco mejor como el caballito. Este maravilloso órgano me retrotrae y escenifica en los sesentas y, de manera específica, en 1968, formando parte de un numeroso grupo de forjados  estudiantes  que alcanzaban su título de Bachiller de la República en el centenario, siempre glorioso y entrañable Colegio Nacional Vicente Rocafuerte (VR). Esta generación fue la última que ingresó a la universidad ecuatoriana con  la exigencia que imponía la aprobación de un examen de ingreso. En la ciudad puerto se podía acceder a dos centros de educación pública superior, la UG y la Escuela Superior Politécnica del Litoral (ESPOL). Había que prepararse para ingresar, tomar cursos, pulir los conocimientos adquiridos, informarse sobre la mecánica de los exámenes y estar dispuesto a superar el desafío. Por mis compañeros sé que un porcentaje bastante alto  de graduados en el VR nos sumamos al grupo privilegiado de la sociedad: los estudiantes universitarios.No siempre los pasados años fueron mejores, pero me atrevo a aseverar que la estructura orgánica y la función de la universidad de esa época superan a las actuales. Se respiraba un aire de respeto por la autoridad, la que era ejercida de forma silente, austera, muchas veces con gran sacrificio; los docentes, en gran número, tenían claro el prestigio que emanaba del ejercicio de la cátedra y su labor estaba signada por el mérito académico y por el servicio, nunca por el lucro personal; los estudiantes, tratando de descubrir nuevos horizontes del conocimiento, en búsqueda de la profesión y la técnica, movidos por ideales, desarrollando y consolidando el espíritu universitario.
Llevado de la mano por mi caballito me veo en el espacio de lo que sería la puerta de entrada a la vida   académica, el inicio en la docencia en la Facultad de Ciencias Médicas, consciente de la abrumadora responsabilidad que asumía al convertirme en miembro de la comunidad más rígida pero al mismo tiempo más noble que la humanidad, desde los albores  de  la Grecia antigua, ha institucionalizado. Tratar de ser buen representante y estar al nivel de la  honrosa membresía otorgada, todo un reto. El aula, la teoría; el laboratorio, la práctica; los libros, la experiencia, los estudiantes, los enfermos,  construyeron la vocación y el ser universitario.¿Qué  ocurrió  con ese ambiente en el que la paz y armonía debieron reinar para que la enseñanza-aprendizaje resulte en cambios, en transformaciones; para que las ideas y pensamientos se conviertan  en investigación generadora de nuevos conocimientos? Se produjo el caos, la anarquía, la violencia se hizo presente. La Universidad se convirtió en campo de batalla de intereses personales y de grupos, se trasladaron las diferencias “políticas” a las aulas, el claustro fue allanado. Se perdió el respeto; la autoridad dejó de tener vigencia; el prestigio  docente se menoscabó; los estudiantes carentes de marco quedaron fuera de control; los empleados y trabajadores se integraron a la ola destructiva.Mi caballito no es tan organizado ni muy preciso en sus recuerdos, es decir, no mantiene con lujo de detalle: fechas, nombres, secuencias, como si lo hacen los caballitos de los historiadores. Pero, proyecta de manera asombrosa como si no hubiera pasado el tiempo en una pantalla ubicua muchos de los hechos y episodios que configuran la decadencia de la UG: imágenes de crímenes, asaltos, secuestros, violaciones, robos, acciones incendiarias, acoso sexual, compra-venta de títulos, alteración de calificaciones, tráfico de influencias, nepotismo, nombramientos a dedo,  venta de calificaciones y promociones, incumplimiento con la molestia de dictar clases y optar por delegar funciones, comercialización  de cualquier cosa que se considere “material didáctico”, agresiones verbales y físicas, disparos, armas,  inexistencia de horarios, incompetencia, permanente afán electorero,…Dejar  pasar dejar hacer; nadie es responsable, el lema establecido. No existió la rendición de cuentas que, de obligación, las instituciones públicas le deben a la sociedad y al estado. Son tantas y tan graves las irregularidades y disturbios que, de continuar, la UG hubiera terminado por desaparecer, si no físicamente, si como academia. Recurriendo a la cacareada y mal entendida autonomía universitaria era imposible esperar correcciones, ajustes, elegir nuevos senderos. Hoy, con la nueva  Ley Orgánica de Educación Superior (LOES 2010), confiamos con la participación activa y constructiva de todos los sectores para labrar el destino histórico brillante que le corresponde a la UG.Un tema que desagrada y no es aceptado, el requisito de Ph.D. para ser profesor principal. Este grado académico, probablemente, será imposible de alcanzar en el plazo límite por los docentes que ya casi cumplieron el ciclo de ejercicio de la cátedra. Si la exigencia se contextualizara objetivamente, resultaría  estar establecida para los futuros aspirantes y para aquellos jóvenes actualmente inmersos en la docencia superior. Pasaron gobiernos que no atendieron ni le dieron importancia al conocimiento como pilar del desarrollo, con la consecuente pérdida de rumbo y retroceso de la universidad y del país; eso cambió, y, más allá de las diferencias conceptuales e ideológicas, todos los ecuatorianos queremos para nuestros hijos y nietos una universidad pública de calidad en vías de la excelencia.Dr. César Bravo Bermeo                                                                           Buenos Aires, Argentinabravocesar50@hotmail.com                                                                                 Septiembre, 20, 2012 

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