La
Universidad de Guayaquil y Mi Caballito
No
pretendo hacer un análisis histórico-político de lo ocurrido con la
Universidad de Guayaquil (UG) en los pasados 40 años, es mi intención quedarme
únicamente en lo descriptivo ayudado por esa pequeña estructura cerebral que
todos los seres humanos poseemos llamado hipocampo, al que lo reconozco mejor como el caballito.
Este maravilloso órgano me retrotrae y escenifica en los sesentas y, de manera específica, en 1968,
formando parte de un numeroso grupo de forjados
estudiantes que alcanzaban su
título de Bachiller de la República en el centenario, siempre glorioso y
entrañable Colegio Nacional Vicente Rocafuerte (VR). Esta generación fue la última que ingresó a la
universidad ecuatoriana con la exigencia
que imponía la aprobación de un examen de ingreso. En la ciudad puerto se podía
acceder a dos centros de educación pública superior, la UG y la Escuela
Superior Politécnica del Litoral (ESPOL). Había que prepararse para ingresar,
tomar cursos, pulir los conocimientos adquiridos, informarse sobre la mecánica
de los exámenes y estar dispuesto a superar el desafío. Por mis compañeros sé
que un porcentaje bastante alto de
graduados en el VR nos sumamos al grupo privilegiado de la sociedad: los
estudiantes universitarios.No siempre los pasados años fueron
mejores, pero me atrevo a aseverar que la estructura orgánica y la función de
la universidad de esa época superan a las actuales. Se respiraba un aire de
respeto por la autoridad, la que era ejercida de forma silente, austera, muchas
veces con gran sacrificio; los docentes, en gran número, tenían claro el
prestigio que emanaba del ejercicio de la cátedra y su labor estaba signada por
el mérito académico y por el servicio, nunca por el lucro personal; los estudiantes,
tratando de descubrir nuevos horizontes del conocimiento, en búsqueda de la
profesión y la técnica, movidos por ideales, desarrollando y consolidando el
espíritu universitario.
Llevado de la mano por mi caballito
me veo en el espacio de lo que sería la puerta de entrada a la vida académica, el inicio en la docencia en la
Facultad de Ciencias Médicas, consciente de la abrumadora responsabilidad que
asumía al convertirme en miembro de la comunidad más rígida pero al mismo
tiempo más noble que la humanidad, desde los albores de la
Grecia antigua, ha institucionalizado. Tratar de ser buen representante y estar
al nivel de la honrosa membresía
otorgada, todo un reto. El aula, la teoría; el laboratorio, la práctica; los
libros, la experiencia, los estudiantes, los enfermos, construyeron la vocación y el ser
universitario.¿Qué
ocurrió con ese ambiente en el
que la paz y armonía debieron reinar para que la enseñanza-aprendizaje resulte
en cambios, en transformaciones; para que las ideas y pensamientos se
conviertan en investigación generadora
de nuevos conocimientos? Se produjo el caos, la anarquía, la violencia se hizo
presente. La Universidad se convirtió en campo de batalla de intereses
personales y de grupos, se trasladaron las diferencias “políticas” a las aulas,
el claustro fue allanado. Se perdió el respeto; la autoridad dejó de tener vigencia;
el prestigio docente se menoscabó; los
estudiantes carentes de marco quedaron fuera de control; los empleados y
trabajadores se integraron a la ola destructiva.Mi caballito no es tan organizado ni
muy preciso en sus recuerdos, es decir, no mantiene con lujo de detalle:
fechas, nombres, secuencias, como si lo hacen los caballitos de los
historiadores. Pero, proyecta de manera asombrosa como si no hubiera pasado el
tiempo en una pantalla ubicua muchos de los hechos y episodios que configuran
la decadencia de la UG: imágenes de crímenes, asaltos, secuestros, violaciones,
robos, acciones incendiarias, acoso sexual, compra-venta de títulos, alteración
de calificaciones, tráfico de influencias, nepotismo, nombramientos a
dedo, venta de calificaciones y
promociones, incumplimiento con la molestia de dictar clases y optar por
delegar funciones, comercialización de
cualquier cosa que se considere “material didáctico”, agresiones verbales y
físicas, disparos, armas, inexistencia
de horarios, incompetencia, permanente afán electorero,…Dejar
pasar dejar hacer; nadie es responsable, el lema establecido. No existió
la rendición de cuentas que, de obligación, las instituciones públicas le deben
a la sociedad y al estado. Son tantas y tan graves las irregularidades y
disturbios que, de continuar, la UG hubiera terminado por desaparecer, si no
físicamente, si como academia. Recurriendo a la cacareada y mal entendida
autonomía universitaria era imposible esperar correcciones, ajustes, elegir
nuevos senderos. Hoy, con la nueva Ley
Orgánica de Educación Superior (LOES 2010), confiamos con la participación
activa y constructiva de todos los sectores para labrar el destino histórico
brillante que le corresponde a la UG.Un tema que desagrada y no es
aceptado, el requisito de Ph.D. para ser profesor principal. Este grado
académico, probablemente, será imposible de alcanzar en el plazo límite por los
docentes que ya casi cumplieron el ciclo de ejercicio de la cátedra. Si la
exigencia se contextualizara objetivamente, resultaría estar establecida para los futuros aspirantes
y para aquellos jóvenes actualmente inmersos en la docencia superior. Pasaron
gobiernos que no atendieron ni le dieron importancia al conocimiento como pilar
del desarrollo, con la consecuente pérdida de rumbo y retroceso de la
universidad y del país; eso cambió, y, más allá de las diferencias conceptuales
e ideológicas, todos los ecuatorianos queremos para nuestros hijos y nietos una
universidad pública de calidad en vías de la excelencia.Dr. César Bravo Bermeo
Buenos Aires, Argentinabravocesar50@hotmail.com
Septiembre, 20, 2012
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